Codificaciones.

Nunca había estado aquí dentro, sumido en el todo. Si mis ojos convierten este acto en un ente ilusorio podría ver las venas más sólidas, purpureas y menos bípedas que las calurosas pertenecientes a estas. El mecanismo o interruptor indica que son así, en vano. Vacuas.
Si poso mi mano a su alrededor el circuito se enciende, se propaga como un neón dorado. Increíble.

Noum.


No es la ceguera lo que entinta este cordel, que candente calienta y ennegrecen mi tez acordonada.

Esto está convulsionando como si adquiriera vida propia, la sangre que cohabitaba deshidratada en intimo padece en su fulgor la más abismal de su paranoia.
Es mi vil imagen, el yo mismo que todo lo cambia, el yo experimental, hipnotizado por el frío modo huero de la articulación cayendo por el flujo. Ese flujo; la acción proliferante, el horror del exterior.
Visualizo la cólera y la sitúo en la palma de mi mano así como todas las persecuciones demenciales propias de mi engaño y desolación. Mis sátiras, el pozo sin fondo determinado y el soliloquio que baila entre interlocutores vivos o al menos más que el mío mismo. Es pétreo. Como de áspero también, así es. No es el mundo, ni tampoco eso serán sus quejidos de lamento.  Es la repulsión de cualquier mundano. Es mi globo interior. Ni tonalidades ni texturas específicas establecidas.
Esto debería estar ardiendo por el nombre de todas las catarsis, pero gotea algo que me hiela el líquido incurtido danzante. Ese clamor hacia las manos carentes del auxilio. Tremendamente delicioso para el mal.

Dahlia.

La mandíbula se ha retorcido voluntariamente como si se tratase de una lengua partida, sin que los nervios recónditos accedan a ello, la risa vivaz, el impulso fogoso, el gemido, las orgías excarceladas y eternas gritonas. El reloj enroscado en la muñeca y su brecha obstruida por la visión de algo completamente nuevo. Es la mentira numerada con su cifra: dos. Es el color azul celeste de los alambres mortales que se ciñen por inercia. La implosión de el algo que no debemos pronunciar. El fin de los fines despilfarrado por un egoísta. Inestable. Real. Irreal. Tóxico. Dramático. Excesivo. Es libertinaje inadecuado, en forma de ola, o de humo; al igual que ellas, se deshacen.


No hay resultados.


Se manifiesta desde dentro hacia fuera, como el miedo con su estado progresivo, si empezamos por el comienzo, el grito que aúlla el lobo, extrañando las nubes áureas, a la Luna que yace olvidada. Es la cobardía que se esconde tras sus párpados, ojos cerrados. Las venas se descomponen con la infernal ventolera de un invierno sin sus incendios de nieve. Que no hay nada que impida cerrar la ventana a nadie, No existe tal sensación que te mate, te mate y te mate tanto. Eres una víctima, una victima no es esa sustancia viva y traslucida que busca alguien enfermo y yace moribundo entre cortocircuitos, es algo en su plena agonía para siempre, cavando una tumba sin ataúd. Para la tierra superviviente a la vida mecanizada y difunta. Es el doloroso momento de abrazarte a ti mismo antes de pronunciar la última palabra en el contestador automático.



Y así es, nada de esto importa, piensa que tan sólo ha sido una bala a quemarropa, al igual que el argumento de una cronología sin localización, ni hora, ni remitente.

Comentarios

Entradas populares