No mutandi.

Aún es de noche. La luz cae a borbotones por la negra habitación de la bombilla en ámbar. Se enciende. Se apaga. Se vuelve a encender. Él sólo guarda el recuerdo de unas pocas horas antes de dormir. La mesita de noche se atiborra de botes de jarabe para la tos, cortezas de naranja y cigarrillos rotos. Sigue despierto, aunque no sabe desde cuando. La luz de la bombilla en ámbar finalmente agoniza, muere, se apaga, se rompe y cae el suelo. Aunque esto deba de suceder velozmente, sucede de manera lenta, sutil, dramática, así es como el sonido del cristal descosido acaba distorsionándose a través del espacio. Él se mueve, abre su armario, su cajón del escritorio, el microondas, la puerta de la ducha, el grifo, la ventana, su libro favorito. Nada. Se pregunta donde está o cómo ha podido llegar hasta allí y por lo que parece, nada, tampoco sabe nada. Es a veces tortuoso experimentar el vacío, al menos por un rato. Luego de alguna forma es agradable. Indoloro. Dulce y liliáceo.
Un gato enfermizo y con pelo apenas en el torso camina y se retuerce, ronronea. Se pasea entre los cristales rotos y juega con ellos como si estos fueran un ovillo. Alguien ha abierto su puerta. Lo llama, con un ácido y a la vez pacífico alarido, trémulo con temor a la muerte. Los ecos recorren los pasillos, los armarios vacíos, atraviesan las ventanas roídas y despedazan los espejos, buscan a alguien. Buscan a lo que aún yace, si aún no se ha convertido en espectro, sentado en uno de los cuatro vértices de la cama que espera, todavía en la noche. Agazapado,  se levanta y lo recuerda todo a golpe de versor. Es ella. Lo es, sí que lo es. Él camina por los pasillos dando voces, grita porque lo recuerda. Lo recuerda absolutamente todo. Cómo llegó, cómo la bombilla pudo romperse, cómo todo había podido desaparecer y cómo logró olvidarse de aquella tragedia. Jarabe para la tos, cortezas de naranja, cigarrillos rotos.  La estaba buscando sin detenerse, como Jorge Manrique persigue a su rayo de Luna. Sin embargo, acaba de entrar en la habitación y ella sigue esperando. Sale de nuevo pero vuelve. Jarabe para la tos, cortezas de naranja, cigarrillos rotos. Sale. La ventana sigue ahí. Nada puede hallarse fuera de su lugar correspondiente. Jarabe para la tos, cortezas de naranja y cigarrillos rotos. Lanza los muebles de un sitio a otro. Sale. Ella amenaza con marcharse. Jarabe para la tos, cortezas de naranja, cigarrillos rotos. Ella arde como el sol a través de su piel luminosa. Él corre por los pasillos perseguido por las discontinuas luminiscencias. Jarabe para la tos, cortezas de naranja, cigarrillos rotos. Halos de luz, dilatadas las pupilas que observan los ojos vacíos de la misma piel luminosa.
-¡Maldita habitación oscura!
Dice esto mientras golpea las paredes, rebusca tantas de las cosas que habían en sus cajones y sus cajas, debajo de la cama, entre todos sus plúteos. Sale. El gato lame sus heridas purulentas acribilladas de insectos y sangre marrón, observándolo, formando parte de la habitación con salida. Sin salida. Sale. El eco de Jorge Manrique sigue sonando. Jarabe para la tos, cortezas de naranja, cigarrillos rotos. Ella está ahí contoneándose, cerca de las luminiscencias chorreantes. Sale.Vuelve e incluso parece que puede tocarla, tan sólo camina, camina, camina un poco más...
-¡No seré yo la leyenda de esta historia!
La mujer de piel luminosa sonríe. Se transforma. Azul, rojo, amarillo, verde.
-¡Venceré!¡Venceré!
Amanece. El sol susurra que es el final.
Aún es de noche. La luz cae a borbotones por la negra habitación de la bombilla en ámbar. Se enciende. Se apaga. Se vuelve a encender. Él sólo guarda el recuerdo de unas pocas horas antes de dormir. La mesita de noche se atiborra de botes de jarabe para la tos, cortezas de naranja y cigarrillos rotos. Sigue despierto, aunque no sabe desde cuando.

Con cariño, para Carlos.


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