Como siempre.

El despertador sigue sonando a las siete en punto, como todos y cada uno de mis días.
Ni un minuto más, ni uno menos.
Suelo ponerme los mismos tejanos desgastados de ayer, me gustan. Habitualmente me cepillo el pelo, me lavo la cara y los dientes en el mismo orden, como un movimiento automático, compuesto de varios engranajes algo desgastados.
La cafetería de al lado de casa sigue oliendo a tabaco barato, al igual que The Doors siguen sonando y la camarera Marie lleva la misma sonrisa fraudulenta que ciertamente, me incomoda, como todas las mañanas.
Marie me dedica una risita cálida, al menos más que la que exhibe a todos sus clientes, señalando mi mesa con un periódico colocado, de lunes a viernes.
Es irónico, un día te das cuenta de que el tiempo ha pasado y sigues en el mismo lugar que siempre. Y todo lo que aquello conlleva. Conoces las despedidas, por ello prefieres no decir tu nombre mientras das dos besos. Por eso, Marie sigue aquí y por eso, Marie puede desaparecer un día de estos. Y aprendes a rimar insomnio con nicotina. Los días te matan sin pedir permiso. Y la flor reseca sigue en el mismo jarrón que siempre.
Te das cuenta de que estás vacuo, lo piensas y te entra vértigo. Escribes. Cierras los ojos. Fumas. Detienes alarmas. Te preguntas por qué y hasta cuando: de tu vida. O de tu muerte. La gente mira la curva de tu boca, sí, sonríes. Y que sabrán ellos de eso de ahí adentro. Que sabrán de tus ganas de vomitar esperanzas que han caducado y que ahora son un dolor de cabeza más.
Mañana seguiré aquí, en el mismo lugar que siempre, con las mismas coordenadas de mi inútil mapa.
No lo sé, tengo esa sensación, de que nos estamos acostumbrando a ser precipicios. A precipitarnos. A sonreír cuando nos disparan y decir que no nos ha dolido. A maquillarnos, a disfrazarnos, a quedarnos muy quietos cuando queremos escapar. Que lo más cerca que he estado de vivir fue aquella vez, dándoles las primeras caladas a un cigarro, atragantarme con el humo, chico, no podíamos parar de reír. Esos días en los que creía que jamás iba a crecer. Esos días en los que tu reflejo en el espejo era centelleante como una estrella. Esos días que prometías ir con tus compañeros de universidad a Irlanda a beber cerveza. Esos días en los que hacías el amor en la parte trasera del viejo Land Rover de tu padre. Esos gloriosos días.
Esos días en los que el café se enfría, el cigarrillo se apaga  y las personas se van.
Dejé caer las últimas cenizas en el cenicero, doble el periódico de derecha a izquierda y le dejé propina a Marie.
Como siempre.

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