Al otro lado.

Estoy caminando sobre el gran puente de piedra. El puente por el que caminé diez años atrás. El mismo. Hoy he vuelto a lanzar una moneda cualquiera de cinco centavos río abajo. Ahora se desliza por su flujo y se hunde hasta alcanzar la inmensidad de él como algún lo día hizo. ¿La diferencia?
Tal gravedad que detonaba en el aire en este atardecer obscuro y absurdo, el aire que en partícular yo respiraba y que ahora vuelvo a respirar, que ansiaba después de una larga espera ya no existe. Al menos no en el globo que yo habito o habitaba. Los muros desgastados y las tiendas clausaradas para siempre, los niños con sus grilletes en los tobillos y las mujeres alzadas con sus tacones inmaculados empuñando su mano para siempre. He cruzado este puente, sillar por sillar y he viajado desesperado. No sé que debería sentir y sé que es lo que no siento.  Creí ser un mundano que exhala insatisfecho, que vive. Vive con intensidad en cada inhalación y que ahora que ha llegado la razón todo se ralentiza obligándolo a contemplar la contaminación de la ciudad fotograma a fotograma. Un hombre cualquiera se daría cuenta de que la vida no perdurará estática eternamente por más que se empeñe y si es así, ¿Podría yo... llegar a ser un mundano? Si pienso que esa naturaleza humana no me pertenece... ¿Realmente existiría?¿Podría permanecer una hoja para siempre abrazada al árbol donde se originó?¿De verdad he creído en el concepto que tengo acerca de la eternidad? Todo lo que amo y he amado es efímero como el espontáneo movimiento en el que gira, desemboca y aterriza un estrella antes de apagarse en el universo, entre los miles y miles de universos posibles que existen. Todo es inalcanzable una vez haya sido alcanzado y este cumpla su destino. No aparecerá un pasaje vital igual a otro pasaje vital de forma permanente. Eso es. Una estrella que se hace diminuta y que se tambalea por el cosmos, una estrella completamentente inexistente como el pasado. Cualquier hombre podría llegar hasta la cumbre a la que siempre ha querido llegar. Podría hacerlo una y otra vez. Y si le apetece una vez más. Pero tal vez no la saborearía como la ha saboreado una vez que ha llegado la noche, la noche no es tan cruel como el día. O incluso el atardecer. Tal vez el hombre cualquiera no escucharía el gorgojeo de los pájaros antes de echar a volar. O tal vez sí, pero yo no lo haría. Porque entonces lo sabría. Lo sabría nada más haberme adentrado.


Comentarios

  1. Certera y degustable prosa,
    un placer leerte por aquí.

    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El placer es todo mío.
      Y muchas gracias, me agrada que le guste.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares