El prisionero.

Antes de morir supe que este sería el precio de su posesión. Antes de que mi luz se extinguiese del todo supe que había conseguido amar. Antes de llegar hasta el final que habían proyectado todas esas persecuciones sombrías y contradictorias supe que no volvería a respirar el aire que él respiraba y que mis ojos no volverían a ver su delicado rostro una vez más. Antes de morir supe que debía aceptar todas aquellas consecuencias. Lo hice porque lo amaba. Lo amaba aunque mordiese o arañase cuando intentaba domesticarlo. Lo amaba más de lo que podría haber amado a una mujer. Más de lo que podría haber amado a la armonía que transmite la naturaleza y más que al desconcierto eufórico y furioso que me habría podido ofrecer el huracán. Lo quería por encima de toda existencia humana, por cálida que fuese. Él estaba fuera de la matriz que envolvía al mundo. Todo movimiento se quedaba completamente en la inercia cuando él se agitaba y resplandecía. Al igual que el cristal cuando se funde con el fervor del fuego, resplandecía. Resplandecía para mí. Era la criatura más apasionante que había conocido. Una criatura que no diferenciaba el bien del mal y que poseía el amor y la verdad en un mismo corazón. Más férreo que una roca y más endeble que una frágil pluma de pardal. Por ello dudaba de si era real o no cuando me suplicó que lo encadenase junto a mí y que lo amaestrase. No creía que fuese posible amaestrar a algo que ya estaba amaestrado, y por ello no lo hice.
Durante años estuve ejerciendo como su amo instintivamente. Descubrí que desconocía cual era la composición y cualidad del ser humano y que por eso se encontraba aquí. Perdido. Refugiandose tras estos grilletes. Él no comprendía el significado de la crueldad y el egoísmo de aquí abajo, pero aún así me pidió que se lo mostrase una vez encadenado. Yo nunca fui capaz... Hasta ahora.
Cuando estaba desfigurándose entre contigentes alteraciones que le producían las diferentes enfermedades provenientes del exterior,  me percaté de que no le quedaba mucho tiempo para desvanecerse. 
Decidí escoger la única alternativa que conocía, la única que podría acabar con todo su sufrimiento sin recurrir al sacrificio, pues tan sólo de pensarlo se abría dequebrajado un gran abismo en mi interior. 
Una vez llegada la madrugada, opté por el desenlace que me pareció más adecuado: acabar conmigo mismo. Lentamente, ante sus ojos. 
A lo lejos pude escuchar sus plegarías sobre aquellos sórdidos sollozos. Grité. Grité lo que él nunca debería haber escuchado. Grite que todo había sido una calumnia, que la realidad donde había estado morando nunca fue su hogar y que las cadenas no eran más que una muestra de mi tiranía. Y es cierto, desde el principio escogí el poder de poseer antes de llegar a ser poseído.  
Mientras mi cuerpo desfallecía, decidí, por ende, concederle una última petición: 
El rostro de aquel ser despiadado y monstruoso al que tanto ansiaba contemplar.
El verdadero rostro de un ser humano.

Antes de morir supe que lo había conseguido, se había marchado, seguía vivo.

Dibujo hecho por: Diego Paterna

Comentarios

Entradas populares